En un oscuro rincón de la polÃtica mexicana, se gestaba un proceso de selección de candidatos para las próximas elecciones. Dos personajes destacaban por encima de todos: Claudia Sheinbaum y Marcelo Ebrard, una dupla tan peculiar como el agua y el aceite.
Claudia Sheinbaum, siempre con una sonrisa en el rostro y una buena dosis de arrogancia, se creÃa la candidata natural para encabezar el partido. Siempre pendiente de su imagen pública, no perdÃa oportunidad para recordar al mundo su exitoso desempeño como jefa de Gobierno de la Ciudad de México. "¡Miren lo que fui capaz de lograr!", se jactaba mientras se abrazaba a sà misma.
Marcelo Ebrard en cambio, se mostraba más cauteloso y astuto. Con mirada avizora y voz suave, jugaba siempre a las sombras, moviendo sus piezas con astucia y sigilo. Aunque compartÃa el mismo deseo de poder que Sheinbaum, tenÃa el hábito de hacerlo sin mucho alarde, evitando ofender o dar motivos para crÃticas.
El proceso de selección de candidatos inició y ambos polÃticos comenzaron su espectáculo mediático. Claudia se paseaba por los medios de comunicación, dando discursos grandilocuentes y prometiendo una Lima en cada esquina. "Yo soy la cara renovada, la elegida que salvará México", proclamaba con una sonrisa casi inhumana.
Ebrard, por otro lado, se movÃa entre bastidores, negociando acuerdos y haciendo llamadas telefónicas en tono conspirador. SabÃa que no podÃa competir de frente con Claudia, por lo que utilizaba todas sus artimañas para ganar ventaja. Una tarde, fue visto saliendo de un encuentro secreto con algunos empresarios. "No es lo que parece", se defendió, "solo necesito financiamiento para mi campaña".
Los rumores iban y venÃan, las acusaciones de corrupción se multiplicaban y, sin embargo, ambos polÃticos se negaban a tener entrevistas conjuntas o a debatir cara a cara. PreferÃan lanzarse dardos envenenados a través de sus respectivos medios de comunicación, demostrando que la unidad del partido quedaba muy lejos de sus preocupaciones.
El pueblo, cansado de tanta teatralidad y falsedad, comenzó a perder la fe en ellos. La frase "son iguales que los demás" se repetÃa como un mantra entre la población, quienes veÃan en estos polÃticos un reflejo de la podredumbre que carcomÃa al sistema polÃtico.
Finalmente, el proceso de selección de candidatos concluyó con el triunfo de un tercero, un polÃtico joven y desconocido que prometÃa un cambio verdadero. Claudia y Marcelo, derrotados y humillados, se retiraron del panorama mediático sin aceptar su derrota.
Y asÃ, en medio de actitudes egocéntricas y maquinaciones ocultas, la sátira de la polÃtica mexicana continuaba, dejando claro que el verdadero enemigo no era el sistema, sino aquellos que se creÃan dueños de la verdad absoluta y del poder sin lÃmites.